viernes, 26 de julio de 2013

Película del Día: Ése fue Gary Cooper, inculto

Uno de los juegos predilectos en casa de los Olufunmilayo es "¿Dónde está José Guardiola?" No nos referimos al antiguo entrenador del FC Barcelona, ni al cantante melódico del Dí, Papá, sino a uno de los grandes del doblaje español, cuya voz reconocemos en cientos de películas, desde El Padrino hasta Los Caballeros de la Mesa Cuadrada y sus Locos Seguidores.


La profesión de actor de doblaje siempre me ha fascinado. Al igual que el especialista cinematográfico, es humilde en un mundo que se basa en la vanidad. Salvo los cuatro gatos que nos quedamos hasta el final de los títulos de crédito para enterarnos de las personas que han prestado su voz a los actores (cuando lo ponen, que ésa es otra), al espectador medio le importa un pimiento quién hace esas voces tan bonitas, como tampoco le quita el sueño que el pupas de turno se pase la vida encajando los golpes que en la gran pantalla fingen darle al protagonista.

domingo, 21 de julio de 2013

GNU/Linux del Día: No se hizo Fedora en una hora

Retomamos los contenidos habituales de nuestro blog para analizar Fedora 19, la nueva versión de GNU/Linux que acabamos de instalar en nuestro cochambroso portátil.
Existen numerosas distribuciones Linux, según los gustos, necesidades e incluso principios éticos de cada cual. Para los novatos en el mundo del software libre, recomendamos empezar por Ubuntu y Mint, ya que incluyen todo lo que un usuario pueda necesitar. Los que no tengan miedo de pelear con la línea de comandos pueden probar con Arch, Gentoo y Slackware. Los que creen que la necesidad moral del software libre está por encima de la comodidad técnica pueden echar un vistazo a Trisquel (por cierto, de origen español).
En el caso de Fedora, sus principales virtudes son la innovación tecnológica, incorporando programas que el resto de distribuciones no se atreverán a incluir en sus repositorios hasta dentro de varios meses (o años, en el caso de Debian) y su defensa a ultranza de los valores del software libre. Fedora no incluye en sus repositorios ningún programa cuya licencia no cumpla escrupulosamente los requisitos de la Free Software Foundation.
Esto supone un engorro para el usuario de a pie, que tiene que buscarse la vida para instalar, por ejemplo, los codecs multimedia para ver un dvd. Afortunadamente, hoy en día no es tan díficil sobrevivir a base de una dieta estricta de software libre como hace unos años; prueba de ello es que hasta los piratas se han rendido a la superioridad técnica de FLAC, el formato sin pérdidas en que está codificada toda esa música que se descargan ustedes de los torrents, y que le da cien vueltas a esa birria del mp3.
El verdadero problema de Fedora 19 es su instalación, una auténtica pesadilla. Hasta la versión 17, Fedora se podía instalar con los ojos cerrados gracias al vetusto pero infalible Anaconda. Sin embargo, hace unos meses, los lumbreras de Red Hat decidieron "simplificar" el instalador.
Los que me conocen, saben cómo tiemblo cada vez que algún sinvergüenza calienta las orejas a los políticos con la cantinela de "simplificar trámites", "eliminar trabas burocráticas" y demás. Invariablemente, el resultado es que los trámites se vuelven mucho más complicados que antes, las trabas burocráticas se multiplican... Y los controles y garantías que existían desaparecen por arte de birlibirloque.
Pues en la informática, es igual.
Si buscan "Fedora installer" en internet, leerán páginas y páginas de usuarios frustrados tratando de arrancar esta mala bestia, profiriendo unas blasfemias que yo no puedo reproducir en este artículo porque (todos a una) este blog lo leen señoras decentes.
Baste decir que el nuevo instalador de Fedora es tan, pero tan malo, que cuando terminé la instalación, no podía ni actualizar el sistema... Porque, a pesar de haber seleccionado el idioma español durante la instalación, las claves se introdujeron con la configuración de teclado estadounidense. Así que, si es usted una persona preocupada por la seguridad como yo, y mezcla mayúsculas, minúsculas, números, símbolos raros y todo lo que se tercie, enhorabuena, nos toca reinstalar.
Y cuando reinstalamos, no nos queda más remedio que incluir claves inseguras para el administrador y el usuario con que entremos al sistema, para cambiarlas en cuanto hagamos el primer arranque, mediante el comando passwd.
Tras cinco o seis horas jurando en arameo, por fin logré un sistema francamente estable y eficiente, que cubre todas mis necesidades.
Pero cuanto más uso Fedora, más admiro la elegante sencillez de Puppy Linux en general y Saluki en particular.

viernes, 12 de julio de 2013

Dieciséis Velas

Estimados lectores: como habrán comprobado, mi ritmo de publicación ha disminuido en las últimas semanas. En parte se debe a un exceso de trabajo en mi vida cotidiana, pero también al deseo de retomar algunos proyectos que tenía abandonados desde hace tiempo. Espero seguir escribiendo en el blog, pero no se alarmen si ya no lo hago con la regularidad acostumbrada.

La entrada de hoy es especial por varios motivos. Para empezar, es mucho más extensa de lo normal, dada mi legendaria incapacidad de síntesis. Por otro lado, no está dedicada a ninguno de los temas habituales, aunque en cierto modo todos están presentes a lo largo de sus párrafos. Por último, es la primera vez, y quizá la última, que firme un artículo de este blog con mi verdadero nombre.

Nunca he pretendido ampararme en el anonimato para hacer crítica literaria con impunidad, entre otras cosas porque sería inútil. Con sólo leer un par de entradas, cualquiera que me conozca deducirá mi identidad de inmediato.

Dos razones me llevaron a utilizar un seudónimo. La primera era un simple divertimento; me crié leyendo historias sobre el Preste Juan, por lo que hacerme pasar por un judío abisinio me pareció una forma curiosa de dar un toque de humor a mis crónicas.

La otra es que mis gustos musicales, cinematográficos o literarios no tienen la menor importancia. Si mis reseñas les sirven para descubrir alguna obra que les haga mejores personas, me alegro por ustedes, pero el mérito es del autor, no mío.

Pero en esta ocasión, el honor me obliga a quitarme la máscara y mostrar el rostro de Muerte con todas sus cicatrices. Nuestro verdadero nombre es lo menos que debemos a los muertos.