martes, 10 de septiembre de 2013

¡Naus d'Espanya, sempre avant!


Tant m'abellis l'amoros pessamens
que s'es vengutz e mon fin cor assire,
per que no-i pot nuills autre pes caber
ni mais negus no m'es dous ni plazens,
qu'adonc viu sas quan m'aucizo-l cossire
e fin'amors aleuja-m mo martire
que-m promet joi, mas trop lo-m dona len,
qu'ap bel semblan m'a trainat longamen.

Cuando pienso en el simiesco y jorobado Lanzarote, allá por las soledades de la campiña inglesa, en busca de un dragón que ponga fin a sus pesares, siempre me lo imagino rumiando este poema del siglo XII, escrito por el obispo Folquet, pues en aquella época de atraso y barbarie, hasta los clérigos cultivaban la lírica trovadoresca.



Tanto fascinó a Dante esta exaltación de la naturaleza trágica del amor que, cuando presenta en la otra vida al poeta medieval Arnaut Daniel, evoca el Tant m'abellis para indicar su oficio. Como no la hemos comprado, ignoramos si Dan Brown hace alusión a este conmovedor pasaje en su última novela, aunque si hemos de guiarnos por el título, sospechamos que no llegó al Purgatorio.

Uno de los mayores tesoros de mi biblioteca es el Libro de la Orden de la Caballería de Ramon Llull, que compré por cuatro duros estando en la universidad. Como todas las obras del beato mallorquín (no catalán, como me dijo cierto “hintelectual”), es un texto fascinante, cuya representación del ideal caballeresco nada tiene que ver con los lugares comunes de la literatura contemporánea. Pero lo que más me llamó la atención del libro fue que el autor insistiese, ya desde la primera página, en que había escrito su tratado en la lengua lemosina.

Era una precisión superflua para cualquier lector familiarizado con la poesía de la época. En la Europa de los trovadores, el lemosín había desplazado, dentro de las lenguas romances, al latín como lengua culta. Ricardo Corazón de León escribió un solo poema en toda su vida, y no lo hizo en latín ni en inglés, sino en la lengua de Oc, seguramente para que su augusta madre, Leonor de Aquitania, no le diera un tirón de orejas.

Por ello, no es extraño que Llull, como el obispo Folquet, Arnaut Daniel o el mismísimo Dante en esa estrofa de la Divina Comedia, utilicen el provenzal para expresar sus sentimientos. Como tampoco lo es que fuera necesaria la existencia de traductores del occitano al catalán en la Barcelona medieval durante varios siglos.

Mañana se celebra la Diada de Cataluña, con la vista puesta en la del año que viene, por el anhelo separatista de que coincida la secesión con el tercer centenario del episodio de Rafael Casanova. Personas mejor formadas que yo les habrán explicado ya que aquel señor tenía de nacionalista lo que Shemer Olufunmilayo de judío abisinio.

Inútil es insistir a estas alturas en que el mártir por excelencia de la independencia catalana luchaba por un candidato al trono de España, que enarboló el estandarte de Santa Eulalia y no la senyera (que tampoco inventó Wifredo el Velloso, dicho sea de paso) y, por supuesto, que no murió en 1714 sino en 1743, tras una larga y próspera carrera como abogado durante el reinado de los Borbones.

Dar clases de historia al nacionalismo (la herejía de nuestro tiempo, en palabras de Juan Pablo II) es tan provechoso como hablar a la pared. Si nuestro cerebro de reptil funcionara según los principios del método científico y bastara con mostrar los hechos para aceptarlos, gran parte de los males que aquejan a España desaparecerían como por ensalmo. Desgraciadamente, son muchos los que no saben, pero muchos más los que prefieren no saber.

Cuando alguien me critica por hablar con tanta ligereza de estos asuntos, desconociendo la realidad catalana, le doy la razón. Los que somos de letras no damos más de sí; por eso me quedé en la realidad a secas. Sé mucho menos de lo que quisiera de esta hermosa región, como así la llamaban los poetas de la Renaixença (que por cierto se jactaban de escribir no en catalán, sino en llemosí), y lo poco que sé lo aprendí leyendo La Saga de los Rius y la segunda parte del Quijote.

Mucho nos hemos reído este verano a costa del subvencionado disparate de que Cervantes era catalán (y descendiente de Miguel Servet, nada menos). Lo terrible es que dentro de unos años, a base de repetirlo en los libros de texto y la wikipedia, habrá toda una generación que se lo crea a pies juntillas.

A estas personas no les entrará en la cabeza, por muchos documentos que lo demuestren, que Cataluña se llamaba Hispania Citerior en tiempos de los romanos, la Marca Hispánica cuando mandaba Carlomagno (volvemos a Dan Brown), y como Primados de las Españas firmaron durante siglos los arzobispos de Tarragona. Pero eso, al fin y al cabo, son fuentes históricas escritas por charnegos. Leamos la Crónica de Jaime I el Conquistador, que por fuerza dirá lo contrario. O no: “Car nos ho fem la primera cosa per Deu, la segona per salvar Espanya, la terça que nos e vos haiam tan bon preu e tan gran honor que per nos e per vossin salvada Espanya.”

No hace falta refutar los embustes sobre el Corpus de la Sangre o los Decretos de Nueva Planta para contar anécdotas que pondrían la pell de gallina a nacionalistas de todos los partidos. ¿Y si les dijera que detrás de la campaña publicitaria del odiado toro de Osborne estaba un catalán, Miquel de Monfort? ¿O que El Novio de la Muerte fue compuesto por el catalán Joan Costa? ¿O que el 12 de Octubre celebramos el Día de la Hispanidad gracias al empeño de la burguesía catalana por renovar los lazos comerciales de España con sus antiguas posesiones de ultramar, tras el desastre del 98? ¿O que los mossos d'escuadra fueron creados durante el reinado del opresor Felipe V?

Me temo que su respuesta sería la misma que la de Dan Brown cuando alguien le pregunta cómo pudo Constantino sacarse el Nuevo Testamento de la toga pretexta, si los autores cristianos (empezando por mi patrón, Teófilo de Cesarea) llevaban tres siglos citando en sus obras versículos que aún no se habían escrito: “Eso son pistas falsas, dejadas por los agentes de la Conspiración para manipular la historia.” Claro que sí. Y la Tierra se creó hace seis mil años, pero el Diablo, que no tiene otra cosa mejor que hacer, esconde huesos de dinosaurios para poner a prueba nuestra fe.

Este rechazo instintivo a la verdad es tan triste como inevitable. Del creacionismo a la Atlántida, pasando por el amor ciego, algunas fantasías son demasiado agradables para abandonarlas. El problema es que, a fuerza de repetir estas mentiras, no sólo convencen a sus partidarios. Por desconocimiento de la historia de España, todos hemos acabado aceptando esa panoplia de tradiciones inventadas y agravios imaginarios. Se acusa a menudo de debilidad a los gobernantes que no ponen freno a esos desmanes, olvidando que es muy fácil ser justo y sabio cuando uno no tiene que tomar esas decisiones. Y resulta complicado rebatir tales patrañas si no se sabe que lo son.

Yo podría vivir en una Cataluña imaginada, como la que soñara Tolkien para su Tierra Media, pero no en una Cataluña imaginaria, que se avergüenza de que los condes de Barcelona desciendan de un señor de Burgos llamado Rodrigo Díaz de Vivar.

¿O por qué creen ustedes que la hermana de Ramón Berenguer IV se llamaba Jimena?

Teófilo Hurtado Navarro.

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