Empezaré agradeciendo la
gentileza de una de nuestras lectoras, autora de la foto que ilustra
la entrada del día. (Sí, voces, este blog tiene lectoras de carne y
hueso.) Tanto ella como yo habríamos preferido un tema
más agradable, como una puesta de sol o unos perros jugando al póquer,
pero como cronistas de la actualidad que somos, no nos queda más
remedio que dejar constancia de la propaganda etarra que uno puede
encontrar en las calles de Cáceres.
Los habituales de esta
página saben que una de las pocas cosas capaces de sacar de quicio
al flemático Shemer Olufunmilayo es la apología del terrorismo
iocandi causa. La defensa de la ETA sería nauseabunda en cualquier
lugar de España, pero en Extremadura, el único adjetivo capaz de describir este despropósito es astracanada.
Puedo entender la lógica perversa del terrorismo. Pero con unas conexiones neuronales tan dañadas como las mías, tras décadas embistiendo cuanta pared se me ponga a tiro, confieso que está más allá de mi entendimiento lo que le pueda pasar por la cabeza a un miembro de la generación más preparada de la historia, como no se cansan de repetir los universitarios que se manifiestan con faltas de ortografía contra la reforma educativa, cuando va por los jardines pegando estos carteles.
Puedo entender la lógica perversa del terrorismo. Pero con unas conexiones neuronales tan dañadas como las mías, tras décadas embistiendo cuanta pared se me ponga a tiro, confieso que está más allá de mi entendimiento lo que le pueda pasar por la cabeza a un miembro de la generación más preparada de la historia, como no se cansan de repetir los universitarios que se manifiestan con faltas de ortografía contra la reforma educativa, cuando va por los jardines pegando estos carteles.
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