sábado, 11 de octubre de 2014

Respeta la Ciencia

Hoy vamos a hablar de Las Ecuaciones Frías, una de mis historias favoritas de ciencia-ficción, y no sólo porque la protagonista de su deplorable adaptación cinematográfica fuera Poppy Montgomery (el día que en este blog dejemos de poner fotos de mujeres con las orejas despegadas, se acaba el mundo).


Publicado en la mítica revista Astounding Magazine, Las Ecuaciones Frías trata de una nave espacial que se dirige a un planeta con un cargamento de medicinas para salvar a sus habitantes de una terrible plaga.
Durante el trayecto, el piloto descubre a Marilyn, una joven que se ha escondido en la bodega para visitar a su hermano enfermo. Aunque el protagonista simpatiza con la muchacha, las ordenanzas de la flota espacial exigen que todos los polizones sean expulsados al vacío de inmediato.
Esta sanción es tan rigurosa como necesaria para la supervivencia: cada nave sólo tiene combustible suficiente para transportar la tripulación y su carga. El exceso de peso, por pequeño que sea, condenará a muerte no sólo a los que estén en la nave, sino a los colonos del planeta, que nunca recibirán las medicinas que necesitan.
Consciente del peligro en que ha puesto la misión, Marilyn se despide por radio de su hermano y abandona la nave voluntariamente para morir en las estrellas.
Muchos han criticado Las Ecuaciones Frías porque su premisa depende por completo de una pésima planificación por parte de los ingenieros de la nave. Lo lógico es que el depósito de combustible tuviera suficiente capacidad para emergencias, no sólo para el trayecto de ida y vuelta.
Sin embargo, cualquiera que esté familiarizado con los problemas logísticos de los viajes espaciales sabe que una nave necesita hasta la última gota de combustible para alcanzar la velocidad de escape y girar en el vacío una vez salga de la órbita. La masa que debe compensar incluye el peso muerto de la propia nave, la tripulación, la carga y el propio combustible. En efecto, cuanta más gasolina lleva, más consume...
Se suele decir que Las Ecuaciones Frías es un ejemplo de la ciencia-ficción más pesimista, puesto que sitúa a los seres humanos en un universo indiferente donde no hay lugar para la moral ni la compasión.
Lo cual demuestra que Shemer Olufunmilayo es un salvaje ignorante que nunca debió salir de su tribu, porque es justo lo contrario de lo que entendió al leerlo.
La moraleja, si es que la hay, es que debemos tomarnos la ciencia en serio. Las leyes de la física no son sugerencias. Se cumplen siempre. Por muchos manifestantes que haya en la Puerta del Sol, la gravedad seguirá haciendo que nos caigamos a 9.81 metros por segundo al cuadrado.
Cuando nos quejamos de lo cruel que es la naturaleza, con todos sus peligros y enfermedades, sólo estamos intentando justificar nuestra propia ignorancia. El universo nos alerta de cada una de sus amenazas; a nosotros nos corresponde conocerlas y actuar en consecuencia.
Cada vez que nos enfrentamos a lo desconocido, el instinto natural del ser humano es buscar un culpable, porque calmar nuestra ansiedad es más importante (y desde luego más sencillo) que solucionar el problema.
Pero si creemos que las epidemias se curan con una buena dosis de histeria colectiva, seguimos estando más cerca de los monos que bailaban delante del monolito que de HAL 9000.

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