En otro de sus desesperados intentos por captar el voto femenino para las próximas elecciones (el del lobby gay ya lo tiene asegurado, muy a su pesar), el Partido de Shemer Olufunmilayo Esperoqueestassiglasnoestenocupadas se suma a la campaña "Nosotras parimos, nosotras decidimos el nombre de la niña" y defiende el derecho de las futuras mamás a llamar Jimena a sus hijas. Que ya está bien de tanto nombre chorra, producto de la perniciosa influencia extranjera. Y de Tele5.
Aunque hemos de confesar que nuestra debilidad por este nombre en concreto no obedece a una mera estrategia electoral, sino que se remonta a 1980, año en que se estrenó la coproducción hispano-japonesa Ruy, el Pequeño Cid, una de las mejores series de dibujos animados de todos los tiempos.
Aunque hemos de confesar que nuestra debilidad por este nombre en concreto no obedece a una mera estrategia electoral, sino que se remonta a 1980, año en que se estrenó la coproducción hispano-japonesa Ruy, el Pequeño Cid, una de las mejores series de dibujos animados de todos los tiempos.
Desgraciadamente para quienes no la vieron en su momento, la única versión que se puede conseguir, legalmente o por otros cauces a los que los españoles están más acostumbrados, es la edición (o más bien abominación) "conmemorativa" que sacaron en DVD en 2005. Dato importante para entender muchas cosas.
Ya sé que incluir el doblaje en japonés sería pedir la luna, pero lo mínimo que esperaba es que se respetase la integridad de los episodios. Pues no.
Cada capítulo comenzaba con una introducción histórica, con Los Planetas de Holst de fondo. (Júpiter, para ser exactos.) Parece mentira, pero hubo un tiempo en que los más pequeños de la casa aprendíamos música clásica viendo dibujos animados. ¡E historia! Porque todos nos sabíamos de carrerilla las ominosas palabras del narrador:
"A mediados del Siglo XI, España estaba dividida en dos grandes zonas: la Cristiana y la A."
La A era la Árabe, porque Shemer Olufunmilayo hablaba tan mal de pequeño como de mayor. (No crean ustedes que mi seis en lengua de la selectividad lo saqué por casualidad.) Pero sigamos.
"Ambas luchaban entre sí, pero a su vez, las dos se dividían en diferentes reinos que tan pronto se aliaban como se enfrentaban en la guerra. En esta situación, a la muerte del Rey de León, Fernando I de Castilla, que estaba casado con la hermana del leonés, une los dos reinos. Pero los nobles de León no quieren al rey castellano... Y el Rey Fernando no lucha sólo contra los árabes."
Muchos años después, tras pagar religiosamente por nuestro pack, volvemos corriendo a casa, ponemos el primer disco en la bandeja del DVD llenos de ilusión y... Nos hemos quedado como la Shakira (referencia inevitable al FC Barcelona): ciegos y sordomudos. O eso, o han censurado todo lo anterior.
¿A qué se debe esta mutilación infame? Teniendo en cuenta las fechas, Shemer Olufunmilayo sospecha que los de BRB no querían herir sensibilidades. No fuera a ser que ZP les retirara alguna subvención.
Pero eso no es todo. La canción del principio que aparece no es la de Nins de toda la vida. No digo que sea peor, pero tampoco está completa. Por alguna misteriosa razón, quitaron esta estrofa:
"Nunca podrá estudiar porque vive de la ilusión; sueña despierto y ve que la lucha es el vencedor. Tiene una espada fiel que Tizona se llamará; es de madera hoy y mañana de buen metal."
Como salvaje en taparrabos que es, Olufunmilayo no acierta a comprender la amenaza que suponen los versos anteriores para la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Como no sea que no conviene decir muy alto que los condes de Barcelona descienden de un señor de Burgos llamado Rodrigo Díaz de Vivar.
Afortunadamente, el resto está intacto (sin contar la canción del final, que se cambió por una ramplona versión instrumental), porque a estas alturas empezaba a temer un redoblaje donde Ruy se convirtiera en defensor de la Alianza de Civilizaciones.
Gracias a Dios, no fue así. Todas esas aventuras que nos maravillaron de pequeños están ahí, desde la batalla de Atapuerca hasta la Torre del Gigante, pasando por Texufín y Herradura de Plata.
Los personajes son deliciosos, gracias a la calidad de la animación japonesa (que sigue manteniendo el tipo treinta años después) y el magnífico doblaje, con voces tan míticas como la de Teófilo Martínez, cuyo nombre no les sonará hasta que piensen en todos los actores a los que ha prestado su voz a lo largo de su carrera.
Quizá lo más sorprendente de ver la serie al cabo de tantos años, al menos para quienes la memoria nos juega malas pasadas, es el escaso protagonismo de Jimena y Álvar (o Alvar, como decimos todos por culpa de la canción, aunque en la serie se alternan ambas pronunciaciones). Jimena apenas sale en tres episodios, mientras que el primo y mano derecha del Cid tan sólo aparece en cuatro.
Aun así, esos capítulos son más que suficientes para ilustrar una de las historias de amor más bonitas que hemos visto en dibujos animados. Olvídense de esos sórdidos romances de las películas de Disney; aquí todo es puro e inocente, porque Ruy (como buen héroe noble e intrépido) no se da cuenta de que Jimena no se ruboriza cada dos por tres porque tenga un problema de riego en los mofletes. Parece sacado de esa escena de Buffy la Cazavampiros donde Buffy le pregunta a Willow por su amor imposible:
BUFFY: ¿Pero tú le has tirado alguna vez los tejos?
WILLOW: Le he tirado YUNQUES.
No podíamos concluir esta reseña sin citar Castilla, el poema de Manuel Machado que pone broche de oro a la serie. Porque, insistimos, cuando hace treinta años se hacían programas infantiles educativos, no se referían a la educación sexual (como no sea la de la infanta Doña Urraca, que se comía con los ojos al pobre Ruy, tan en la inopia como siempre):
"El ciego sol, la sed y la fatiga. Por la terrible estepa castellana, al destierro con doce de los suyos - polvo, sudor y hierro -, el Cid cabalga."
No podíamos concluir esta reseña sin citar Castilla, el poema de Manuel Machado que pone broche de oro a la serie. Porque, insistimos, cuando hace treinta años se hacían programas infantiles educativos, no se referían a la educación sexual (como no sea la de la infanta Doña Urraca, que se comía con los ojos al pobre Ruy, tan en la inopia como siempre):
"El ciego sol, la sed y la fatiga. Por la terrible estepa castellana, al destierro con doce de los suyos - polvo, sudor y hierro -, el Cid cabalga."
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