sábado, 15 de junio de 2013

Película del Día: 15 Años y Un Día

Ya pueden volver a respirar. Shemer Olufunmilayo ha ido a ver una película española voluntariamente y no se ha acabado el mundo.


Tras el avance de rigor de los próximos estrenos (una donde Rachel McAdams se enamora OTRA vez de un viajero del tiempo y una homoerótica de Hugo Silva y Mario Casas - qué bajo ha caído Álex de la Iglesia -) y aguantar a una señora a quien no paró de zurrirle el móvil en toda la proyección, empuñamos la azagaya para adentrarnos en la selva del cine patrio.

15 años y un día es una película ambientada en el universo de James Bond, que narra las aventuras de Garmendia, el nuevo jefe de SPECTRA tras los acontecimientos de Skyfall. El guión, con admirable originalidad, cuenta la historia desde el punto de vista de sus vecinos (Maribel Verdú y su hijo), que nada sospechan de los siniestros planes de dominación mundial que se gestan en la base subterránea de su chalet en Fuenterrabía.


Y si creen que ésta es otra de las teorías dementes de Olufunmilayo, recuerden que en La Pachorra Cuántica (me niego a decir Quantum of Solace), los agentes bélicos ultramarinos especialistas en líos aberrantes reclutan al mismísimo Evo Morales para colaborar en el Proyecto Arturo. Lo que explica la anormal proporción de personajes ecuatorianos en la película que nos ocupa.

Y no es esta la única conexión de la cinta con los agentes del servicio secreto británico, pues Jon, el protagonista, parece la versión Miniyó de Bunbury. Y no lo digo sólo por el rap con que Arón Piper, el actor que lo encarna, cierra la película.

Como es lógico en una historia de espías, hay que leer entre líneas para enterarse de estos detalles. Si nos limitásemos a una crítica cinematográfica superficial, les diría que se trata de una de esas películas iniciáticas donde un zagal muy bruto, pero que en el fondo tiene buen corazón, encuentra una figura paterna que lo lleve por el buen camino y le enseñe que la vida es algo más que hacer el cabra en monopatín.

O sea, queridos lectores, que no me creyeron cuando les dije que era Goldfinger a la española y ahora resulta que es una nueva versión de Karate Kid, con Tito Valverde en el papel del señor Miyagi.

El susodicho Valverde, sin duda lo mejor de la película, hace de Max, el abuelo y mentor del revoltoso y pasota Jon. Militar retirado, veterano de Bosnia, enamorado en silencio desde hace años de una mujer mucho más joven que él (gran Belén López) y fiel lector de la revista Armas (uno de esos pequeños detalles a los que nadie presta atención pero que para mí demuestran el esmero de una producción por hacer personajes creíbles), trata de inculcar a su nieto el sentido del deber que hizo que en nuestro imperio no se pusiera el sol.

El muchacho, como todos ustedes han adivinado, está más pendiente de ligar con la ecuatoriana del locutorio del pueblo. Con permiso de su novio, un aspirante a latin king llamado Nelson.

Como esto es una película española, la cantidad de palabrotas por segundo es incalculable, vengan o no a cuento. En cambio, sólo hay una escena de Ciencia de la P (bueno, dos, si contamos la pelea de la playa, pero afortunadamente no entran en detalles). Y es, con diferencia, el momento en que peor lo pasé de todo el metraje.

Primero por el personaje implicado; no voy a decir quién es, pero si van a verla, me darán la razón cuando afirmo que se opone frontalmente a su carácter, contando incluso con la evolución que experimenta a lo largo de la película. Y segundo, y más importante, si bien mi experiencia en la materia se limita a haber visto los letreros desde el autobús, un establecimiento de estas características nunca se llamaría "Gladis", sino "Gladys", o "Glady's", o "Gladys's."

Otra escena que me hizo fruncir el ceño fue la charla de Margo (Maribel Verdú) con Jon sobre su difunto padre. Como saben por otras entradas de este blog, soy un ferviente defensor de la economía narrativa, por lo que la acumulación de tragedias en la biografía de un personaje a quien sólo conocemos por referencias resulta contraproducente. En personajes invisibles, menos es más. Piensen en la señora Colombo. Apenas sabemos nada de ella, pero nos basta ver a su desaliñado marido para imaginárnosla a la perfección.

En cambio, me encantó el detalle de que Jon lea un tebeo de la Marvel; concretamente, de Nova. Aunque la imagen no era lo bastante nítida para saber cuál exactamente. ¡Grrrr! Ahora tendré que comprarme la película en Blu-Ray para averiguarlo.


Porque la compraré, no lo duden. Sería muy capaz de hacerlo por algo tan banal (quienes me conocen saben que no sería la primera vez), pero hay razones más profundas. Durante la mayor parte de la película, me fue imposible identificarme con los personajes, especialmente con Jon, más que nada porque tratar a mi madre a patadas va en contra de mi religión.

Pero entonces, cuando Max se enfrenta a la agente Aledo para decirle lo que pasó en la playa, por fin queda de manifiesto el código del honor que empuja a un personaje como el de Tito Valverde a hacer cosas incomprensibles para quienes no lo comparten. Con un diálogo tremebundo, que me arrancó uno de mis legendarios aplausos a destiempo, seguido como siempre del lanzamiento de palomitas de los demás espectadores:

MAX: Yo nunca miento.
ALEDO: Y por eso estás podrido por dentro. Y morirás solo.


Chapeau, señora Querejeta. Chapeau.

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