Más de uno torcerá el gesto al saber que hoy nos toca un libro de Robert A. Heinlein. Nunca he entendido la manía que todo el mundo parece tenerle a este escritor, y no estaría de más dedicarle algún día un artículo a ese tema. Por ahora, nos centraremos en Cadete del Espacio, una de las primeras novelas del autor de Misuri.
Con ese título, uno podría pensar que estamos ante alguna de las deliciosamente surrealistas aventuras que se publicaban cada mes en Astounding Science Fiction, con heroicos mozalbetes recién graduados en la academia galáctica que rescatan a bellas y genéticamente compatibles princesas extraterrestres de las garras del tirano estelar de turno.
Con ese título, uno podría pensar que estamos ante alguna de las deliciosamente surrealistas aventuras que se publicaban cada mes en Astounding Science Fiction, con heroicos mozalbetes recién graduados en la academia galáctica que rescatan a bellas y genéticamente compatibles princesas extraterrestres de las garras del tirano estelar de turno.
Pero Heinlein es un escritor de ciencia ficción dura, lo que significa que no hay lugar para rayos tractores, midiclorianos, teleportación y demás trucos sucios de la space opera. Este realismo nos ayuda a entender mucho mejor las pruebas que ha de superar el protagonista, porque no son muy diferentes de los problemas prácticos a que se enfrentan los auténticos astronautas en sus misiones.
Nuestro héroe, el adolescente Matt Dodson, es un cadete de la Patrulla del Espacio. Acaba de comenzar su instrucción y no sabe muy bien dónde se ha metido. Nada más llegar a la estación espacial, lo someten a toda clase de exámenes, a cuál más esotérico (mi favorito es el de pulsar el botón siguiendo las instrucciones).
Unas veces, se trata de evaluar los conocimientos del futuro miembro de la Patrulla, pues su misión es una de las más exigentes desde el punto de vista científico. Otras, el candidato debe demostrar sus reflejos, no sólo físicos sino en la toma de decisiones. Finalmente, hay pruebas de carácter, donde el cadete tendrá que comportarse con la integridad que se espera de un auténtico héroe. Como es lógico, no se informa a los aspirantes del tipo de examen que están haciendo.
Mientras Matt pasa las de Caín esperando la nota de cada ejercicio, el autor ilustra poco a poco la vida cotidiana a bordo de la academia, con detalles tan bonitos como el menú de los cadetes: rosbif caliente con patatas, ensalada, sorbete de lima y té. Digo esto porque me consta que las lectoras de este blog son muy golosas; a Olufunmilayo, como todo le sabe a rinoceronte...
A trompicones, el bueno de Matt pasa la primera criba y le toca hincar los codos como no lo ha hecho en su vida. No puedo resistirme a citar el párrafo donde el estudiante más brillante de su pueblo se da cuenta de que ahora está rodeado de gente mucho más lista, más alta y más rubia que él:
"Antes de convertirse en cadete se había creído brillante en matemáticas, y lo era... según los estándares ordinarios. No se había imaginado lo que sería formar parte de un grupo en el que cada miembro tenía un talento inusual en el lenguaje de las ciencias. Solicitó tutorías personales en matemáticas y estudió más que nunca. El esfuerzo adicional evitó que fracasara, pero ahí quedó todo."
Otra de mis escenas favoritas, que parece sacada de Tres de la Cruz Roja, es el torpe intento de Matt y sus amigos de ligar con unas jovencitas durante su primer permiso. El planchazo que se llevan cuando les piden su dirección y las zagalas les dan la tarjeta del salón parroquial de la iglesia baptista no tiene desperdicio.
Porque en Cadete del Espacio, la religión existe. Esto puede resultar chocante, acostumbrados como estamos a que las obras de ciencia ficción eviten hablar de este asunto, se opongan a la religión con virulencia o inventen dogmas de pacotilla como la Fuerza. Pero un mundo donde nadie cree es un mundo poco creíble, y por eso nos parece tan refrescante que en el futuro imaginado por Heinlein siga habiendo católicos y musulmanes. Tan es así que la fe juega un papel esencial en la decisión del lector (pues el autor respeta su inteligencia lo bastante para no pronunciarse) sobre si una de las pruebas que pasa Matt es o no de carácter.
La escena más enternecedora es el regreso de Matt con su familia al cabo de varias semanas de instrucción. Todo el mundo le dice lo mismo:
"Ponte derecho." "Estírate." "Los hombros rectos." "Con la cabeza bien alta."
Es entonces cuando Matt comprende que la Tierra ya no es su hogar. Su cuerpo se ha acostumbrado a moverse en caída libre y algo tan sencillo como caminar en entornos de 1 G le resulta doloroso. Para bien o para mal, Matthew Dodson es, ahora y siempre, un cadete del espacio.
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