viernes, 7 de junio de 2013

Disco del Día: En Este Mundo Raro

No me lo puedo creer. ¿Shemer Olufunmilayo se ha comprado un disco de pop español? Ya pueden ingresar tranquilamente en una secta destructiva, porque si este hecho sobrecogedor no es una de las señales del Apocalipsis, ustedes me dirán.


Muchos piensan que mi aversión al yeyé que le gustaba a Franco proviene, bien de mi absoluta falta de criterio en lo musical (como en todos los demás órdenes de la vida), bien de un intento de aparentar distinción y modernidad para impresionar a las señoras con la música más rara posible (teoría muy convincente, salvo por el pequeño detalle de que huyen despavoridas).

La verdadera razón, por supuesto, no tiene nada que ver. La culpa es de Don José Luis López Vázquez (q.e.p.d.), a quien vi siendo yo bien mochacho (como diría el Lazarillo) en la hoy olvidada Los Chicos del PREU, donde echa de casa a su hijo hippy con la inmortal frase: "¡Quítese de mi vista, chupagomas, golfo, melenudo, alto!"


Sé que me habré perdido muchas buenas canciones a causa de este trauma infantil, pero para la impresionable mente del pequeño Olufunmilayo, lo que diga el Padrino Búfalo va a misa.

Sin embargo, hace unos días me pusieron en un compromiso, y como en mi tribu la palabra de un hombre es sagrada, al día siguiente me fui derechito al Cortinglés a comprar un disco de Los Secretos. Yo iba preparado para salir con las obras completas de los Urquijo bajo el brazo, pero me temo que el mercado discográfico actual está orientado a compradores como yo, que nos gastamos los cuartos en esos discos que nadie quiere, como el padre de Norah Jones tocando el sitar.

Resistí la tentación de llevarme más morralla de Credence Clearwater Revival y pasé por caja con el único disco que había en toda la tienda del grupo que había ido a buscar. En CD, no en vinilo. Y para colmo, no era uno de los clásicos, sino En Este Mundo Raro, del año 2011. Mi gozo en un pozo.

De vuelta a casa, mientras convertía las pistas del CD a FLAC con K3B sin haberlo oído todavía, no dejaba de darle vueltas a cómo redactar esta reseña para no herir la sensibilidad de la mujer que la inspiró, que la pobre lleva una semana...

Si digo que me gusta, va a pensar que sólo lo digo por quedar bien. Y si digo que no, puede asestarme una de sus legendarias spinning bird kicks, en las que se inspiraron los programadores de Street Fighter para el personaje de Chun Li.

Contando las horas que me quedaban de vida, arranqué el reproductor de música Amarok, apreté el botón del play y...

¿Eso que acabo de oír es un twang?

Bah, no puede ser. Será casualidad.

Pues no. Otro twang. Y otro. Y otro.

¿Se habrán equivocado en la tienda y han metido un disco de country en el estuche de Los Secretos?

En Everwood (esa serie cuyas sentencias parecen sacadas de un libro de sabiduría oriental), el doctor Brown define el country como "tres acordes y la verdad."

No puedo estar más de acuerdo con estas castellanas palabras. Lo que me deja pasmado es que, a miles de kilómetros de Nashville, un grupo español, teóricamente pop, haya compuesto un tema infinitamente más fiel a los cánones del country que todo ese horrendo country-pop que se perpetra en las Américas. (Que sí, señorita Swift, que es usted muy guapa, pero es que lo suyo no es country, por mucho que se empeñen los de los Grammys.)

Me he metido entre pecho y espalda todos los palos del country and western, de lo sublime (MidSouth) a lo ridículo (Steven Seagal; sí, ESE Steven Seagal). En los cajones de mi fortaleza de la soledad, pueden encontrar discos de pizarra de la familia Carter acumulando telarañas con la banda sonora de Alaska, Tierra de Oro. Por no hablar de los casetes con grabaciones de Toma 1 ("en el control de sonido, desde el pescante de la diligencia, las gracias y un saludo").

Así que, cuando digo que En Este Mundo Raro es country, por las garrafas de white lightning que fermentan los montañeses en sus destilerías clandestinas que esto es country. O por lo menos, lo más parecido al country. Porque para ser country de verdad, las canciones tendrían que hablar de trenes. No de amor, de religión o de política. De trenes.

"¿Y por qué esa obsesión con los trenes?" Le preguntaba un hipotético profano a Trace Adkins en una de sus canciones. No lo sé, pero es así. Mi teoría es que los verdaderos fanáticos del country no sabemos conducir por alguna rareza en nuestro oído interno que nos hace apreciar este estilo musical, y los cantantes se deben a su público. Ahí tienen el caso del Sheldon Cooper de este universo (pero eso lo dejamos para otro día).

Sin embargo, me he vuelto a precipitar. Ahora que tengo delante la contraportada del disco, veo que la canción número 4 se llama... "Trenes Perdidos."

¡SHORYUKEN!


Me rindo. Me gusta el pop español. Siempre que sea de Los Secretos.

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