En casa de los Olufunmilayo, como en todos los hogares españoles de orden, sólo se ve Tele5 e Intereconomía. No, yo tampoco lo entiendo. Pero como se me ocurra cambiar de canal cuando ponen Pasapalabra, me echan a los leones.
Hace unos meses, a la rusa sólo le faltaba una palabra para completar el rosco: "F. Apellido de la actriz que interpretaba a la esposa de Tony Soprano."
Si Lilith hubiera tenido la desgracia de ver The Quiet, la película de Antena 3 a la hora de la siesta más tramposa de todos los tiempos, sabría muy bien que la respuesta era Falco. Porque hace falta ser sádico para que, siendo las protagonistas la hija de Jack Bauer...
Y la cavernícola con lentillas de 10.000 Antes de Cristo...
La única escena de Ciencia de la P en toda la película fuera de Carmella Soprano.
Huelga decir que la entrada de hoy está dedicada al difunto James Gandolfini, el equivalente mafioso de Homer Simpson. Y no lo digo sólo porque a los dos les preste su voz Carlos Ysbert.
A estas alturas, ya deben de estar hartos de reseñas de Los Soprano plagiadas de la wikipedia. O peor, de la wikipedia española. Así que, para variar, lean una escrita por alguien que sí ha visto la serie.
Los Soprano transcurre en el mismo universo que 24 (y, por lo tanto, en el universo Marvel). Ya en la primera temporada, vemos al agente Ryan Chappelle infiltrándose en la vida de Carmella para conseguir pruebas contra su marido, disfrazado de padre Chappelles. Aunque la estratagema no le salió muy bien, al menos encontró a un confidente, a quien acabaría enchufando en la UAT.
La serie cuenta la vida de Tony Soprano, un matón sin estudios pero con mucha gramática parda que, por azares del destino, acaba convertido en el don de una de las familias más poderosas de Nueva Jersey.
Esto supone un problema para Tony, que ya tenía más o menos la vida resuelta con su dúplex en las afueras, sus niños estudiando en un colegio caro (bueno, estudiar, lo que se dice estudiar, poco), su establecimiento de carretera con cortinas del Quijote y su querida rusa. Al ver lo que se le viene encima, al pobre le da un patatús.
Desde entonces, visita a una psiquiatra, la doctora Melfi, para hablar de sus traumas maternos. Tiene que hacerlo en secreto, porque no puede arriesgarse a que sus subalternos, o peor, sus rivales, le pierdan el respeto. Y porque su señora sospecha, no sin razón, que la doctora le hace tilín.
Como todas las grandes series, Los Soprano destaca por su elenco de secundarios, como el Shá (sus enemigos se lo dicen en broma, pero la verdad es que es clavado) o Artie Bucco, un papel hecho a la medida de José Luis López Vázquez. Y no sólo por su parecido con John Ventimiglia (véase la prodigiosa ilustración), sino porque se pasa la serie persiguiendo en vano a Adriana como si fuera una sueca en Benidorm.
Como todas las grandes series, Los Soprano destaca por su elenco de secundarios, como el Shá (sus enemigos se lo dicen en broma, pero la verdad es que es clavado) o Artie Bucco, un papel hecho a la medida de José Luis López Vázquez. Y no sólo por su parecido con John Ventimiglia (véase la prodigiosa ilustración), sino porque se pasa la serie persiguiendo en vano a Adriana como si fuera una sueca en Benidorm.
De la banda de Tony, mi esbirro favorito es Paulie, en dura competencia con Silvio Dante y sus imitaciones de Al Pacino. Proxeneta de chándal y nomeolvides de oro, siempre echándose Lady Grecian para disimular las canas, Paulie es la mano derecha de Tony, pero sabe que su jefe ya ha elegido sucesor, y no es otro que Christopher Moltisanti, el sobrino de Tony, que pasa las noches esnifando coca y calentando la cabeza a cualquier productor cinematográfico que se cruce en su camino para rodar una película sobre su vida. (De buena se libró, señor Querejeta.)
Como visir que sueña con ser el califa en lugar del califa, Paulie siente una mezcla de devoción y envidia por su jefe que raya en la superstición (sus experiencias con el más allá tienen algo que ver con esto). En cierta ocasión, se lleva de la basura el retrato ecuestre de Tony con su caballo de carreras, y retoca la efigie de su don para que parezca Napoleón, en uno de los momentos más tragicómicos del vudú televisivo.
Sin embargo, el personaje más querido en casa de los Olufunmilayo es Svetlana, la prima coja de la amante de Tony. Al principio, parece una simple figurante, pero poco a poco su historia va cobrando importancia (el episodio donde la malvada hermana de Tony le roba la pierna ortopédica para hacerle rabiar es uno de los más recordados), hasta desembocar en el idilio más improbable de la historia de la televisión. No voy a entrar en detalles (aunque la escena en sí, y sé que cuesta creerlo, no tenía nada de Ciencia de la P), pero se parece mucho a un anuncio del Grupo Risa. A ése en que todos están pensando.
Escena imborrable fue la del hijo de Tony negándose a recibir el sacramento de la confirmación, porque ya no cree en Dios, y peor, porque se ha hecho de esa tribu urbana de cuyo nombre no quiero acordarme. Afortunadamente, Tony Soprano es catequista por señas, y tras una somanta de palos como no le habían dado en su vida, al zagal se le quitan todas las tonterías de golpe.
Otra paliza que se nos quedó grabada fue la que le dio a su sobrino Christopher, después de que al pedazo de animal se le fuera la mano con su novia. Seguida de una frase que no estamos seguros de si se puede calificar o no como violencia de género: "Si le quieres pegar a tu novia, primero te casas con ella." (Recordemos que en España esta serie la emitió La Sexta.)
Claro está que no todo en Los Soprano es odio a la mujer y conocer en sentido bíblico a inmigrantes ilegales con una sola pierna. A veces, Tony conoce en sentido bíblico a inmigrantes ilegales que tienen dos. Y a veces, incluso, sale a relucir su lado más tierno, como en sus torpes intentos de congraciarse con sus vecinos.
Como todo nuevo rico que se precie, Tony Soprano tiene un extraordinario complejo de inferioridad. Él sería el hombre más feliz del mundo si se quedara en casa jugando al Mario Kart o llorando a moco tendido con películas de gangsters protagonizadas por James Cagney, pero su esposa insiste en que hay que alternar con la alta sociedad, que para eso tienen un monovolumen.
Así que el pobre traga quina con todos esos médicos WASP que lo miran por encima del hombro mientras juegan al golf, con tal de tener contenta a su señora. Porque Tony, como buen adúltero, se desvive por su mujer.
No por casualidad, la mejor escena de la serie refleja a la perfección ese sufrimiento del hombre de gustos sencillos que se ve obligado a moverse por ambientes demasiado selectos para él. Cuando Tony y sus muchachos viajan a Italia para hacer negocios con la mafia europea, a todos los tragaldabas, empezando por el jefe, se les hace la boca agua imaginándose la indigestión de espaguetis que les espera...
Y los llevan a un restaurante de cocina de autor.
Como visir que sueña con ser el califa en lugar del califa, Paulie siente una mezcla de devoción y envidia por su jefe que raya en la superstición (sus experiencias con el más allá tienen algo que ver con esto). En cierta ocasión, se lleva de la basura el retrato ecuestre de Tony con su caballo de carreras, y retoca la efigie de su don para que parezca Napoleón, en uno de los momentos más tragicómicos del vudú televisivo.
Sin embargo, el personaje más querido en casa de los Olufunmilayo es Svetlana, la prima coja de la amante de Tony. Al principio, parece una simple figurante, pero poco a poco su historia va cobrando importancia (el episodio donde la malvada hermana de Tony le roba la pierna ortopédica para hacerle rabiar es uno de los más recordados), hasta desembocar en el idilio más improbable de la historia de la televisión. No voy a entrar en detalles (aunque la escena en sí, y sé que cuesta creerlo, no tenía nada de Ciencia de la P), pero se parece mucho a un anuncio del Grupo Risa. A ése en que todos están pensando.
Escena imborrable fue la del hijo de Tony negándose a recibir el sacramento de la confirmación, porque ya no cree en Dios, y peor, porque se ha hecho de esa tribu urbana de cuyo nombre no quiero acordarme. Afortunadamente, Tony Soprano es catequista por señas, y tras una somanta de palos como no le habían dado en su vida, al zagal se le quitan todas las tonterías de golpe.
Otra paliza que se nos quedó grabada fue la que le dio a su sobrino Christopher, después de que al pedazo de animal se le fuera la mano con su novia. Seguida de una frase que no estamos seguros de si se puede calificar o no como violencia de género: "Si le quieres pegar a tu novia, primero te casas con ella." (Recordemos que en España esta serie la emitió La Sexta.)
Claro está que no todo en Los Soprano es odio a la mujer y conocer en sentido bíblico a inmigrantes ilegales con una sola pierna. A veces, Tony conoce en sentido bíblico a inmigrantes ilegales que tienen dos. Y a veces, incluso, sale a relucir su lado más tierno, como en sus torpes intentos de congraciarse con sus vecinos.
Como todo nuevo rico que se precie, Tony Soprano tiene un extraordinario complejo de inferioridad. Él sería el hombre más feliz del mundo si se quedara en casa jugando al Mario Kart o llorando a moco tendido con películas de gangsters protagonizadas por James Cagney, pero su esposa insiste en que hay que alternar con la alta sociedad, que para eso tienen un monovolumen.
Así que el pobre traga quina con todos esos médicos WASP que lo miran por encima del hombro mientras juegan al golf, con tal de tener contenta a su señora. Porque Tony, como buen adúltero, se desvive por su mujer.
No por casualidad, la mejor escena de la serie refleja a la perfección ese sufrimiento del hombre de gustos sencillos que se ve obligado a moverse por ambientes demasiado selectos para él. Cuando Tony y sus muchachos viajan a Italia para hacer negocios con la mafia europea, a todos los tragaldabas, empezando por el jefe, se les hace la boca agua imaginándose la indigestión de espaguetis que les espera...
Y los llevan a un restaurante de cocina de autor.
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